La crisis climática de hace 9.000 años dio lugar a los primeros asentamientos; primero rurales y luego urbanos, ligados a la cosecha de alimentos. Una economía basada en la agricultura y la ganadería que hizo pasar de nómada a sedentaria la vida de muchos poblados. A partir de ese momento, las ciudades empezaron a nacer cerca de ríos u oasis, donde era próxima el agua y se daban las condiciones fértiles para que crecieran los alimentos. La denominada revolución neolítica o agrícola por Gordon Childe (Morris, 1979).
Civilización tras civilización se fue mejorando en la “domesticación” de la naturaleza, que se extendió por el paisaje mediterráneo. En dicho paisaje, el agua fue, y sigue siendo en muchos enclaves, un elemento vertebrador que articula nuestro entorno. Un ejemplo de ello son los sistemas hidráulicos (canalizaciones, alquerías, molinos…) en funcionamiento desde las culturas romanas y árabes para, en un primer momento, asegurar el regadío en los campos y, posteriormente, generar energía hidráulica en la época industrial.
Así pues, las infraestructuras hidráulicas significaron grandes avances técnicos que han permitido almacenar el agua, controlar cauces o aprovechar su flujo como energía. Avances que han sido motor de desarrollo histórico, económico y demográfico, aportando cambios físicos pero también intangibles, como socioambientales, de organización social o lúdicos. Convirtiéndolas en identitarias del lugar, en parte de su genius-loci (Norberg-Schulz, 1979).
En particular, en la provincia de Castelló, disponer de agua no ha sido fácil, han sido necesarios siglos de esfuerzos e ingenio de sus habitantes para configurar un entorno adecuado, capaz de optimizar la escasez del agua y de atender las necesidades de desarrollo de la sociedad. Este esfuerzo ha creado una cultura de respeto y de aprovechamiento del agua que se testimonia en las huellas que han ido dejando las diferentes civilizaciones que han poblado la provincia.
Pese a que durante la industrialización no se rompió esta vinculación con el agua, también se produjo un gran avance urbano a través de una construcción desmesurada, dejando a estas infraestructuras en desuso debido a nuevos avances tecnológicos o enterradas bajo las calles fruto del acelerado crecimiento y especulación de los últimos sesenta años. Por una parte, muchas fábricas de la Plana, sobre todo del sector cerámico, se situaron al lado de los saltos de molinos para aprovechar la energía hidráulica. Por otra parte, la ciudad de Castelló creció a través de muchos barrios que siguen pocas premisas previas, de espalda a los campos, olvidando sus raíces (si quieres saber más sobre la vinculación de Castelló y el agua puedes leer este artículo). Aparece así la dualidad entre el desarrollo urbanístico y el entorno natural convirtiendo en vulnerables los terrenos agrícolas del límite construido (a través de procesos de especulación, degradación y abandono). Un conflicto dicotómico entre pasado-presente y urbano-rural que descuida la conservación de nuestro capital territorial olvidando la importancia del diálogo y simbiosis entre la ciudad y su entorno, del metabolismo urbano con el agua como flujo protagonista (Rueda, 1995).
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